marcas han sufrido las consecuencias de un mercado en el cual, por disposi-ción de las diferentes autoridades de salubridad, los consumidores han per-manecido en casa, y, en consecuencia, han visto sus hábitos de compra, y de consumo alterados severamente. Así, las ventas de prácticamente todos los sectores de la economía, de todas las industrias, y de todas las categorías de productos se han precipitado a nive-les no vistos ni siquiera durante la gran crisis del 2008. La explicación simple, corta, y liberado-ra de responsabilidad para las marcas es que, debido a la pandemia, los consumi-dores no están comprando. Mucho más cauteloso con respecto al manejo de su dinero, y con muchas menos opciones de dónde, y en qué gastarlo, el consu-midor actual lo deja en su cartera. Todo ello aparentemente propiciado por un mercado golpeado por la pandemia. La realidad es otra Sea por miopía, pereza mental, o por mera indiferencia, la verdad es que las marcas no han sabido articular una narrativa que los haga comprar. Así de fácil. Lo irónico de todo esto es que, a pe-sar de lo severo del reto, la respuesta de cómo superarlo es tan brutalmente ob-via, que salta a la vista, aún para quienes no estén observando. El consumidor de la pandemia es fá-cil de leer a un nivel casi risible, y, por ello, su conducta igualmente predeci-ble. Homologados por la frustración, el temor, y el aburrimiento, la segmen-tación del consumidor durante la era de la pandemia ya no es necesaria. Mi-llenials, centennials y boomers; cholos, yupis, y emos; amas de casa, profesio-nistas, y ninis pertenecen a una misma y única generación, tribu, y ocupación: la del consumidor de la pandemia. En ese contexto, articular un discurso de marca —aunque sea a nivel táctico— relevante, diferenciado, y que conec-te con el corazón del consumidor de la pandemia, no debería representar ma-yor reto para quienes estén en sintonía con lo que sucede hoy en el mercado. De manera preocupante, ello no ha su-cedido aún; ni tiene por qué empezar a suceder a partir de mañana. Mi primera explicación alude a argu-mentos que tienen que ver más con el mundo de la “psicología” (aunque sea el equivalente de fast food, pero en psi-cología) que con el de los negocios. Quienes manejan las marcas son entes frágiles, vulnerables, mortales —a pesar de que lo hiperbólico del nombre de sus cargos en ocasiones les haga pensar que pertenecen a una esfera diferen-te de la del mercado cuyo mandato es atender—. Y en ese contexto, los mar-keteros de hoy comparten los temores, las frustraciones, y el aburrimiento que definen al consumidor de la Pandemia. Así, de manera involuntaria, el manejo de sus marcas se ve permeado por el miedo, el desencanto, y el tedio que les hacen permanecer refugiados en casa, haciendo de sus marcas presas de sus propias motivaciones personales. Una segunda explicación, la que como observador del mundo de las marcas me preocupa más, es que la pasividad por parte de las marcas es deliberada. Veo marcas que no se han querido en-terar de la situación del mercado. Que-jándose de la coyuntura propiciada por la pandemia, las marcas están ausentes, silenciosas congeladas, en un esfuerzo —inútil a todas luces— de proteger el “bottom line”, esperando a que las con-diciones del mercado cambien, para en-tonces retomar su curso. Sin embargo, al hacerlo ignoran que el tiempo ha seguido transcurriendo, y su consumidor evolucionando. Y así, tristemente para todos, las marcas que como Walt Disney hayan decidido per-manecer congeladas hasta que la reali-dad cambie, despertarán a un mercado en el cual ya no sabrán moverse. Y tu marca: ¿está congelada?